Alzheimer, duelo y escribir como terapia

Hace tiempo que no escribía por aquí. La razón de esta pausa es que mi mamá, que tiene Alzheimer, empeoró.

Ya no puede estar ni un segundo sola y necesita ayuda especializada y con experiencia en el cuidado de esta enfermedad. Tanto para cosas básicas -como ducharse y vestirse-, como para manejar sus estados de ánimo, su ansiedad -se quiere ir de dónde sea que esté-. Duerme muy poco, deambula de madrugada, a pesar de que toma medicamentos que la ayudan a dormir.

Tenía tres cuidadoras en su casa -mañana, tarde y noche- y funcionó bien durante un par de años. Pero aumentó el riesgo a que tuviera un accidente o saliera de la casa y se perdiera. Esto cuando se quedaba unos minutos sola entre el cambio de turno de las cuidadoras. Y si alguna se atrasaba o faltaba, peor.

A mediados de junio hubo un incendio en el entretecho de su edificio. Fue más humo que llamas, pero el susto fue grande. Evacuaron a todos y por seguridad mi mamá se vino a vivir conmigo un par de semanas.

Fue intenso vivir con ella. No sólo para mí, sino también para mi hija y todos en la casa. De escribir ni hablar. Mi mamá absorbió toda mi atención, de día y de noche. Fue como volver a tener una hija pequeña con problemas para dormir, pero más estresante.

Me costó mucho tomar la decisión de buscar un hogar para ella, pero llegué a aceptar que sería lo mejor en esta etapa avanzada de su enfermedad.

Hubo mucha sincronía porque en cosa de días encontré un hogar donde se especializan en cuidar a abuelas con Alzheimer y otro tipo de demencias. La casa recibe sólo a cinco abuelitas. El ambiente es acogedor, cariñoso. La cuidan bien y queda a veinte minutos en auto de mi casa.

En paralelo, tenía que arrendar su departamento para complementar el pago de su nuevo hogar. Puse un aviso en el chat de los vecinos y esa misma semana encontré arrendataria.

Desalojar su departamento fue abrumador en todo sentido. Mi mamá vivió allí casi 50 años.

¡No te imaginas la cantidad de cosas y “cachureos” que había en ese lugar!

Muchos de los muebles y electrodomésticos los logré vender, otros regalar o donar, pero aún quedan cosas en mi casa.

Emocionalmente, fue duro. Elegir qué conservar y qué dejar ir. Reencontrarme con mil recetas que coleccionó, vestidos que confeccionó, chalecos que tejió, fotos, cartas, libros, recuerdos de su trabajo como profesora, objetos valiosos para ella.

Repasar su vida en ese departamento, con tantos recuerdos: cumpleaños, fiestas, almuerzos, cenas, niños, juegos, bebés. Tantos momentos de lágrimas y risas.

Es triste ver cómo ella y su historia se desvanecen… Uf!

Mi mamá aún vive, me reconoce, pero ya no hay conversaciones coherentes… veo su mirada perdida, su sonrisa lejana y trato de aferrarme a lo que va quedando de ella. Ya no son las palabras las que nos conectan, pero sí las caricias, besos y regaloneo.

Escribir durante este proceso ha sido mi terapia… cada vez que siento angustia, rabia o mucha pena me siento a escribir. A veces lloro mientras escribo y eso me alivia, también la angustia o la rabia desaparecen.

La vida nos pasa y para mí ha sido necesario parar, enfocarme en lo que DE VERDAD importa, vivir este duelo, procesar lo que voy sintiendo y cuidarme.

No estaba segura si escribir sobre esto y enviártelo, pero siento que es la única forma honesta de volver a conectar con este camino que me entusiasma.

Y me hizo más sentido luego de leer, en una carta de Aniko Villalba, lo siguiente:

“Al final la escritura tiene que servir para eso: para expresarnos, para acompañarnos, para traer lo profundo a la superficie, para demostrarnos que no estamos solos en lo que nos pasa. La vida es demasiado corta para estar escribiendo textos que no nos hacen sentir nada”.