Desde que tomé la decisión de arriesgarme en la aventura de armar un negocio y trabajar por mi cuenta, una de las cosas que más me ha hecho ruido es la sensación de no estar a la altura del desafío.
Son esos momentos en que aparece la voz en mi cabeza diciéndome: “¿Serás capaz?, ¿Serás lo suficientemente buena? ¿A quién le has ganado? ¿Qué sabes tú de emprendimiento?, ¿Qué sabes tú de marketing o copywriting…?”.
Además, me conozco lo suficiente para estar consciente de lo insegura, ansiosa, introvertida, vergonzosa, indecisa, desorganizada, miedosa o cambiante que puedo ser. Que a veces me siento triste o ando de mal genio porque sí, que he tomado malas decisiones y que he cometido muchos errores.
Entonces, el pánico se apodera de mí: “¿Qué estoy haciendo? ¡Soy una impostora, un fraude total! Tarde o temprano se darán cuenta… me equivocaré y todo el mundo sabrá que realmente no sé qué estoy haciendo, que no debería estar aquí, que no pertenezco…”
Frente a tales pensamientos, a veces reacciono de manera súper pesimista y me digo: “Mejor lo dejo hasta aquí, busco un trabajo convencional y vuelvo a lo de antes”. Otras veces, me estreso y me digo: “No importa, seguiré, trabajaré el doble, aprenderé mucho más. ¡Sólo necesito un poco más de tiempo!
El síndrome del impostor
Si te has sentido alguna vez así, ¡bienvenida al club! Esta sensación es la que se conoce como: “Síndrome del Impostor” y es mucho más común de lo que uno podría imaginar. Le sucede a hombres y a mujeres, a personas más y menos talentosas, más y menos inteligentes, más y menos poderosas, intimidantes, famosas, ricas, etc.
Investigando sobre este tema, encontré esta cita en un artículo de The School of Life, que me gustó mucho: “Nos sentimos como impostores, no porque seamos excepcionalmente defectuosos, sino porque no podemos imaginar cuán profundamente defectuosos deben ser los demás debajo de una superficie más o menos pulida”.
Esto es porque cada uno se conoce desde dentro, en cambio a los demás sólo desde fuera. Yo estoy consciente de todas mis ansiedades, dudas y tonteras desde dentro. Sin embargo, todo lo que sé de los demás es lo que ellos hacen y dicen: una versión editada, incompleta y, generalmente, mejorada de sí mismos.
Un salto de fe
Según ese artículo, la solución al síndrome del impostor está en dar un salto de fe y creer que la mente de los demás funciona básicamente de la misma manera que la nuestra. Es decir, todos deben ser ansiosos, inseguros y caprichosos como yo, a pesar de que la evidencia superficial diga lo contrario.
La propuesta, entonces, es aceptar que la mayoría de lo que sentimos y somos, especialmente, aquello que no queremos mostrar, ese lado más vulnerable y vergonzoso, está también dentro de todos y cada uno, en mayor o menor medida.
Y desde ese punto de vista, entender que no hay nada esencial que se interponga entre lo que soy y la posibilidad de lo que puedo llegar a lograr, en términos de realización y éxito en lo que me proponga a hacer.
También, aprender a no fijarme objetivos inalcanzables y a estar atenta para reconocer ese diálogo interno negativo cuando aparece. Es decir, puedo pensar en cómo quiero que sea mi negocio ideal, pero entendiendo que el camino hacia allá lo voy construyendo de pequeños pasos y que está bien si no tengo todo resuelto ahora.
Por último, recordar que mis mayores aprendizajes han surgido a partir de mis errores, y que en vez de intentar ocultarlos, es mucho más valioso mirarlos de frente y buscar soluciones.
Así que aquí voy, retomando el impulso para probar y hacer cosas nuevas, aunque parezcan difíciles al principio, ganando experiencia, conociéndome aún mejor y disfrutando de todo este proceso mientras avanzo. ¡Vamos con todo!